La pasión religiosa mexicana: todos somos futboleros y guadalupanos

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La pasión religiosa mexicana: todos somos futboleros y guadalupanos

Mi papá comenta que su abuelita “le iba” a San Martín de Porras. Era el santo de moda por aquellos años, como ahora lo es San Judas Tadeo,  y me parece divertido que use esa expresión con la cual equipara la afición futbolística con la fe católica. De hecho, me parece bastante certera la comparación, y me hace reflexionar sobre esa identidad mexicana que los medios de comunicación se han empeñado en construir, en la que todos los mexicanos compartimos la misma pasión por los íconos de la religión católica y por los del fútbol.
Últimamente  todos somos todo. Las frases “yo soy” o “todos somos” aparecen en los nombres de diversos movimientos sociales. Los hashtags  son usados con entusiasmo por los usuarios de redes sociales como Twitter e Instagram y con él se señalan tópicos alrededor de los que se genera debate. Para reconocer el poder de estos mensajes basta pensar en los levantamientos civiles de la revolución democrática árabe en la que las protestas por medio de las redes sociales tuvieron un papel decisivo.
Pensemos en el movimiento estudiantil “#YoSoy132”, que surgió en 2012 como una protesta contra la censura y la manipulación de los medios de comunicación y un rechazo a la imposición mediática del entonces candidato presidencial Enrique Peña Nieto. Pensemos en “#TodosSomosPolitécnico”, mensaje de solidaridad que compartieron los miembros de diversas instituciones educativas en México para mostrar la inconformidad de los estudiantes con el nuevo reglamento del Instituto Politécnico Nacional. Pensemos en #YoSoyCharlie, contra el terrorismo y a favor de la libertad de expresión, y qué más podemos decir de “#AyotzinapanSomosTodos” que evidencia el horror y la indignación que después de 3 años seguimos sintiendo los mexicanos por el secuestro en masa de 43 estudiantes normalistas.
Pero no sólo “todos somos” partidarios de este tipo de protestas. Las redes sociales y los medios de comunicación también tienen tiempo para frivolizar estas frases. Incluso en los anuncios publicitarios ese tipo de eslóganes aparecen todo el tiempo. Ahora todos somos un programa televisivo, somos algún conductor o periodista, somos una marca de yogur, somos aceite de soya.
Y sin embargo, como mexicanos, somos algo más que nada; todos somos futboleros y guadalupanos. A pesar de los movimientos como el mencionado “#YoSoy132” que reclaman la democratización de los medios de comunicación, éstos se empeñan en continuar imponiendo las ideologías que más les convienen.
No deja de sorprenderme que en un supuesto estado laico nos tengamos que chutar en la televisión pública programaciones como “La rosa de Guadalupe”. Si existen este tipo de programas, mi única inquietud entonces es por qué no existen también programas que promocionen los valores de otras religiones como el budismo o el judaísmo.
Y todo el mundo se queja y se burla de este tipo de programaciones pero bien que las estamos viendo. Yo debo reconocer que cuando estaba en secundaria, me encantaba ver “Laura en América”. Estaba simplemente fascinado por cuán cutre y surrelista podía ser un talk show como ese, con los casos ridículamente fingidos y los golpes y agresiones con que los invitados se atacaban los unos a los otros. Ahora no me hace tan feliz pensar que aquella divertida bazofia del lejano Perú haya pasado a ser grabado en mi país, y se haya logrado imponer en algún momento como el programa estelar de la televisión mexicana. Y ahí estamos todos los mexicanos embobados con este tipo de programas que promueven la ignorancia, y ahí están las clásicas telenovelas que sólo promueven los valores que a las televisoras les interesa promover, y estas emisiones siguen siendo las reinas del rating.
Y es que en estas telenovelas todas las protagonistas terminan casándose con su anhelado galán en una bonita ceremonia católica y agradeciéndole a la virgencita por cumplir sus sueños. Y es que aparentemente todos los mexicanos somos guadalupanos de hueso colorado.
¿De verdad? Justamente ahora que se ha vuelto tan popular San Judas Tadeo yo me pregunto si
está afición es tan auténtica, sobre todo entre los jóvenes. 

Siempre que me toca viajar en metro los días 28 pareciera que estuviera en la versión “chacade una convención de cómics, con los fanáticos luciendo elaborados cosplays cargando figuras de acción de su héroe predilecto.
Claro que para muchos una convención de cómics es algo más respetable. El término “chaca” ha surgido en la jerga mexicana como una variante de “naco”, término peyorativo con el que se describe a una persona considerada vulgar o de mal gusto. Pero los chacas llevan la naquez a un nuevo pedestal.
 Son los nacos pandilleros, los  reggaetoneros que se visten como Daddy Yankee o Wisin y Yandel, y bailan con singular alegría en las fiestas con su peculiar “perreo”, los que salen a la calle llenos de accesorios brillantes como gorras, moñitos y cadenas, que presumen los nombres de las marcas más exclusivas en su ropa, con las cejas finamente depiladas, en las chicas el característico maquillaje blanco alrededor de los ojos - que según se dice es el polvito de las donas Bimbo - y que se ponen en las redes sociales nombres como “Neenitha Prexiozza Regethonera” y “BeBezhiitho
Zabroshiitho Perreo Intenzzo
”.
 Y son todos aficionados a San Judas Tadeo. Se ha convertido en un símbolo de su identidad. El movimiento chaca se ha convertido en uno de los más rechazados y estigmados en la actualidad. La asociación que se hace de chacas con la delincuencia es uno de los principales motivos y por tanto no deja de resultar irónico que en un grupo así la religiosidad esté tan arraigada.
En mi casa no somos precisamente religiosos, pero mi mamá siempre le pone su veladora a San
Judas el 28 de octubre. Yo diría que en muchos hogares el arraigado catolicismo mexicano parece ser del mismo modo un acto quizás devoto pero más costumbrista que religioso.
El catolicismo conformista de los mexicanos es el que permite que los ídolos del fútbol sean equiparables a los ídolos religiosos. Así como comparé a los chacas con los fanáticos de un héroe de acción, la comparación más evidente es sin duda alguna con los fanáticos del fútbol, que de nuevo, parece ser que somos todos.
Recuerdo que en mi primaria era obligatorio que todos los niños jugáramos fútbol. Yo como buen
sedentario que soy, nunca le encontré mucha gracia a correr tras una pelota. Y si a eso no le hallaba gracia, le hallaba menos gracia aún a ver a otros individuos corriendo tras una pelota en los interminables partidos de la televisión. Con el tiempo aprendí a aceptarlo, aunque nunca pude entender del todo la sobrevaloración mexicana del fútbol y el menosprecio por otros deportes igualmente respetables como el básquetbol.
Pero lo que hay que entender es que los partidos de fútbol son la ocasión ideal para convivir y socializar en las reuniones. Porque “el fútbol nos une”. Paradojas de la vida, dicen que el fútbol nos une pero estamos obligados a enemistarnos con aquellos que “le van”  a un equipo distinto al nuestro.
Yo siempre le fui a los pumas. Supongo que porque relacionaba a los pumas con la Universidad
y ahora que me he graduado de ella, ya puedo decir con orgullo que yo soy puma y portar con honor el azul y el oro, y todas esas cosas.
Todos tenemos la necesidad de sentirnos parte de una comunidad, de un grupo. Como mexicanos el fútbol y la religión católica se han vuelto esa comunidad a la que todos pertenecemos por ley absoluta. Y cuidadito que nos la cuestionen, porque nos ofendemos.
En el mundial de fútbol del año 2014 un profundo sentimiento de indignación corrió por todas partes cuando se alegó que nos robaron el juego, y que si no hubiera sido por la injusticia del árbitro,
hubiéramos ganado contra Holanda. “No fue penal” se volvió entonces el nuevo meme que recorría todas las redes sociales en forma de imágenes, tiras cómicas
y comentarios.
Cuando fue oficial que habían perdido - porque cuando se pierde ahí sí no hablamos en primera persona – surgió una controversia por el chiste de una aerolínea holandesa que publicó un mensaje
que decía “Adios amigos”  acompañado de la imagen de un letrero de salida del aeropuerto con el ícono de un mexicano – reconocible por el sombrero y el bigote -  junto al señalamiento Departures.
Los mexicanos nos ofendimos como nunca. Gael García publicó  un mensaje enfuriado en el
que prometía no volver a usar las aerolíneas de esa compañía. Yo sólo me pregunto: ¿En serio? ¿Así de infantiles somos?
Después de que la compañía se disculpó, argumentando que sólo había sido un chiste y no tenían
la intención de herir los sentimientos de nadie, el actor mexicano también se disculpó por su comportamiento impulsivo  y comentó que el “bicho del fútbol” había arruinado su sentido del humor. En una respuesta a su comentario, el rey de Holanda aceptó sus disculpas y mencionó con ironía que para perder el sentido del humor hacía falta tenerlo primero.
La cuestión aquí es por qué nos ofendemos tanto cuando otras naciones se burlan de nosotros pero
nosotros sí podemos burlarnos de las otras naciones. Es una práctica común por parte de los aficionados “ciscar” al equipo contrincante con el famoso grito “¡Eh… puto!” Hace tiempo esto también causó controversia, ya que se dijo que la FIFA podría sancionar a México por los insultos homofóbicos de su afición.
¿Y cuál fue entonces la reacción de los mexicanos? Las redes sociales se llenaron entonces de definiciones de diccionarios de la palabra “puto” para defender el uso de la misma y justificarla como parte de una tradición mexicana. Que en su contexto no se usa como un insulto homofóbico, sino que significa cobarde y no sé qué tantas otras cosas. Pero sigue siendo un insulto a fin de cuentas, ¿no? Y
nosotros sí podemos burlarnos y utilizar la agresión contra los contrincantes como entretenimiento – y luego nos sorprendemos de que seamos líderes en bullying - pero no aguantamos cuando nos responden de la misma forma.
Si el fútbol nos idiotiza y la religión es el opio de los pueblos este tipo de situaciones son las que lo dejan más claro que nunca. Sin duda esa afición mexicana forma parte de nuestra identidad, de nuestra cultura. Pero yo debo insistir: no todos somos eso. Los mexicanos somos mucho más que eso. Somos un país pluricultural y diverso y que los medios de comunicación se empeñen en empaquetarnos en una sola y generalizada idea de lo que somos y lo que debemos ser es verdaderamente chocante. 
Por eso en este contexto social y político que estamos viviendo ahora, no es de extrañar el reclamo que empieza a surgir en las redes sociales con movimientos que buscan la libertad de expresión. No está de más que reconsideremos cuál es nuestra auténtica identidad individual frente a la identidad nacional mexicana generalizada que se nos quiere imponer una y otra vez en los medios de comunicación.

Ferdinandus


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